Hostias de España

El pasado día 25 de julio tuvo lugar esa consuetudinaria ceremonia que se llama “Ofrenda de España” o, también “Ofrenda Nacional” al Apóstol Santiago.

A fuerza de repetir, año tras año, dicha ceremonia religiosa, los medios de comunicación, con su habitual agudeza y esfuerzo analítico, nos ofrecen profusión de detalles irrelevantes, desde el color de los vestidos de las infantas o el aroma del botafumeiro, hasta el contenido evanescente de la plegaria de Su Majestad y la salmodia responsorial del Prelado.

Lo que no nos cuentan, de una puñetera vez, es qué pinta, nada menos que la primera magistratura del Estado, metido en una iglesia y haciendo rogativas a un difunto en nombre de España.

Aunque pueda parecer ocioso, recordemos que la menospreciada Constitución Española proclama, en su Art. 16.3:

 “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.

Pues, bien. Esta piadosa costumbre de la “Ofrenda Nacional” fue instituida por el rey Felipe IV, aquel rey putero y meapilas, en junio de 1643, con la intención de “compensar” a la iglesia, en dinero contante y sonante (mil escudos de oro) [1]y al propio santo (en plegarias) por los, al parecer, muchos sufrimientos padecidos desde finales del siglo XVI, periodo en el que se había puesto en entredicho la tradición compostelana y el patronato español de Santiago, disputado nada menos que por el Arcángel San Miguel, que tampoco es un donnadie de la corte celestial.

La Ofrenda, instituida a perpetuidad por el generoso monarca, con recursos del común, naturalmente, se mantuvo hasta el año 1812, cuando las Cortes de Cádiz, en un acto de lucidez, aprobaron su supresión.

Como ocurrió con tantas otras cosas, para desgracia de España, la llegada al trono del titulado por Nieves Concostrina como “el Mastuerzo” (Fernando VII) repuso inmediatamente la dichosa ofrenda.

En un nuevo intento civilizador, tras la Revolución de 1868 (“la Gloriosa”) el Gobierno Provisional que dio luego paso a la I República (1873-1874) anuló en 1869, por lo menos, la contribución económica, sin entrar en honduras piadosas.

Vuelta al poder la monarquía (Alfonso XII), se reinstauró la suculenta dádiva y ceremonia hasta que, durante la II República (1931-1939) el Gobierno renunció a la misma, dejando al margen, naturalmente, la posibilidad de que la Iglesia celebrase por su cuenta las liturgias que tuviese a bien, de manera que, durante ese breve periodo constitucional y laico de la historia de España, la organización de este evento recayó en manos de diversas congregaciones de devoción compostelana.

Una vez más, poco duró la civilidad. Tras el golpe militar fascista, triunfador temprano en tierras gallegas y en plena Guerra Civil (las prioridades, son las prioridades) un decreto del general Franco de 21 de julio de 1937 restaura la ofrenda como obligación institucional, considerando (así lo dice) que “España está en deuda con el Apóstol”, al mismo tiempo que establece como fiesta nacional española el 25 de julio, día de Santiago.[2]

Normalmente, la tal ofrenda no la hacían personalmente sus majestades. El primero en presentarse él mismo a la ceremonia fue Alfonso XII (1877) y en 1909 Alfonso XIII, muy piadoso él también.

Durante el franquismo, el propio dictador se reservó el privilegio de presentarla durante todos los años santos celebrados hasta su muerte, en 1975, delegando en los demás.

Lo más interesante es que, en la España constitucional y aconfesional (1978 en adelante) el jefe del Estado, Juan Carlos I de Borbón, también ha acudido personalmente en los años “santos” (1976, 1982, 1993, 1999 y2004) nombrando representantes regios el resto.

Como hemos podido ver, en pleno siglo XXI, el nuevo monarca, Felipe VI, bajo la misma Constitución aconfesional y sin que se le mueva una ceja a nadie (que a mí me conste) continúa realizando la comentada ofrenda, con limosnas o sin ellas, que tanto da, pero en nombre de los españoles, que es lo verdaderamente alucinante.

Otras ceremonias de parecida índole han salido, afortunadamente, del terreno del ejercicio de las funciones públicas para volver al redil de las celebraciones religiosas particulares. Es el caso de la, no menos curiosa, Consagración de España al Sagrado Corazón.

El caso es que, a un tal Bernardo F. de Hoyos, nacido el 21 de agosto de 1711 en Torrelobatón (Valladolid) que era seminarista, se le apareció, según las crónicas, el mismísimo Jesucristo, mostrándole el corazón, herido y rodeado de espinas y diciéndole: “Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes”

¡Pa qué más!

De forma que, en tiempos del pío Alfonso XIII, en un emotivo acto celebrado en el Cerro de los Ángeles, en Madrid, el 30 de mayo de 1919 al que asistieron el propio monarca, la familia real, autoridades y miembros del Gobierno de España, representantes del clero y el nuncio de su santidad, tuvieron la desfachatez de “consagrar” (tuviera ello ello los efectos metafísicos que pudiera tener) España al Sagrado Corazón.

Lo importante no es el exorcismo en cuestión, sino el descaro de hacerlo en nombre de todos los españoles.

Ya en pleno franquismo (1948) el futuro Rey Juan Carlos, entonces infante (11 años) y exiliado en Estoril, fue expresamente traído a Madrid y llevado al Cerro de los Ángeles donde, tras oír misa en el convento de las carmelitas, llevó a cabo (imposible saber en representación de quién) nada menos que la “re-consagración de España al Sagrado Corazón”. ¡Con once añitos, ya apuntaba maneras!

Por cierto, no he encontrado información al respecto sobre lo que pudo hacer en relación a esta ceremonia durante el periodo democrático de su reinado.

El actual Rey, Felipe VI, que parece algo escaldado, no ha renovado esta consagración, aunque hay una importante campaña de movimientos católicos que así se lo demanda.

No acaban aquí las llamativas manifestaciones de este “nacional-catolicismo” que aún parece perdurar.

Así, en efecto, España, como le ocurre al eximio ex ministro Jorge Fernández Díaz, ciudadano de profundas creencias religiosas e intachable moralidad, que tiene un particular ángel de la guardia llamado Marcelo que le ayuda a aparcar por Madrid, dispone también del suyo.

¡Un ángel para España entera!

Un ángel eficiente, no cabe duda.

Se trata del Santo Ángel Custodio del Reino de España, cuya festividad se celebra el 1 de octubre[3] y fue concedida por el Papa León XII (1823-1829) a petición del rey Fernando VII. Su imagen más conocida se encuentra en la iglesia de San José de Madrid, cuyo altar fue inaugurado el 12 de mayo de 1920 con asistencia del rey Alfonso XIII y la Familia Real española.

 Sobre esta devoción, aclaraba Mons. Eijo Garay en 1917, cuando era Obispo de Tuy:

“La Santa Sede Romana, accediendo a los piadosos deseos del Rey D. Fernando VII, concedió a España que el día 1º de Octubre de cada año se tuviere la fiesta del Santo Ángel Custodio de este Reino, con oficio propio, para darle gracias por la asistencia con que nos favorece, por haber puesto fin al cautiverio del Rey y a tantas calamidades como acaba de pasar España y para impetrar su auxilio y protección en los tiempos venideros”

En todo caso, y por estrambótico que pueda resultar, no deja de tratarse de algo que, por lo menos jurídicamente, ya no compromete al Estado. Forma parte de la jerga totalitaria de la Iglesia española que se resiste a ser una religión de fieles voluntarios y procura, si no mediante el poder, siquiera mediante la representación simbólica, adueñarse de la nación e imponer sus puntos de vista, por decirlo con suavidad.

Lo que es peor, mucho peor, sin duda, es la pervivencia de la folklórica costumbre de que militares y miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado participen en todo tipo de eventos religiosos católicos, singularmente, en las procesiones de la Semana Santa.

Mal, que ocurra.

Peor, que el Ministerio de Defensa español, parte de un gobierno que se supone laico y progresista afirme rotundamente que:

“La participación de personal militar en este tipo de actos se considera parte del objetivo de la política cultural de seguridad y defensa, y la promoción de la conciencia de defensa nacional, que se conceptúan como ejes fundamentales”

¿política cultural de seguridad y defensa?

¿promoción de la conciencia de defensa nacional?

¿Estamos todo locos?

¿Hay que pasar por la Iglesia católica para ser un español con conciencia de la defensa de su patria?

Menos mal que, como gentilmente concede el ministerio, el Reglamento de Honores Militares[4] establece que:

cuando se autoricen comisiones, escoltas o piquetes para asistir a celebraciones de carácter religioso con tradicional participación castrense, se respetará el ejercicio del derecho a la libertad religiosa y, en consecuencia, la asistencia y participación en los actos tendrá carácter voluntario”.

¡Sólo faltaría que fuese obligatorio!

De todas formas… Hé ahí la trampa hipócrita. Si en algún sector de las administraciones públicas hay un aplastante corporativismo (tal vez, con la excepción de la judicatura) es en el ejército y en los cuerpos de seguridad…. Como diría el meme de Julio Iglesias…

¿Qué miembro de la banda de música militar, o qué legionario porta (y arma) cristos va a declinar la amble (y “tradicional”) invitación a participar en algo “tan español”?

Por lo menos, desde la llegada de Margarita Robles al Ministerio de Defensa dejó de ondear la bandera a media asta en sedes militares desde el jueves al domingo de Semana Santa. En la etapa de María Dolores de Cospedal, otra cristiana intachable, se impuso esta actuación para conmemorar la muerte de Jesucristo, a pesar de que instituciones como el Defensor del Pueblo cuestionaron su legalidad.

Pero, este país es como es.

No olvidemos que lo que pasa es responsabilidad de los propios españoles, por lo menos desde 1978.

Votamos lo que votamos.

Las explicaciones… ¡al maestro armero!


[1] Había, además, una segunda ofrenda de 8.000 reales de vellón que se mandaba presentar cada 30 de diciembre, Fiesta de la Traslación, en la quese celebra “el milagroso viaje del cuerpo del apóstol Santiago de Palestina a España”.

[2] La llamada Fiesta de la Hispanidad, o Día de la Raza, el 12 de octubre, no se declaró fiesta nacional hasta 1958, por Decreto de la Presidencia del Gobierno franquista, operación ratificada en democracia por la Ley 18/1987, denominándose simplemente “Fiesta Nacional de España”. El día 25 de julio, no obstante, sigue siendo día festivo en diversas comunidades autónomas.

[3] Actualmente, el día 2 de octubre, por razones que desconozco.

[4] Real Decreto 684/2010, por el que se aprueba el Reglamento de Honores Militares

5 Responses to Hostias de España

  1. JOSÉ MARÍA Izquierdo dice:

    Muy bueno!!!

  2. Josu Fernández dice:

    Gran artículo Rafa.
    Echo de menos, y mucho, que no te dediques a la novela. Serías un magnífico autor.
    Un abrazo y buen agosto.
    Josu

  3. manuiturra dice:

    Muy bueno Rafa.

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