SOBRE EL TELÉGRAFO ÓPTICO Y ALGUNAS OTRAS COSAS

INTRODUCCIÓN: LOS PRIMEROS (6) PASOS

“Seis Grados de Separación” es la teoría que sostiene que cualquier persona puede llegar a conectar con cualquier otro ser humano a través de una cadena de conocidos que no tenga más de cinco intermediarios, es decir, con sólo seis enlaces.
Según esta teoría, cada uno de nosotros conoce de media, entre amigos, familiares y compañeros a unas 100 personas. Si cada uno de esos amigos o conocidos directos se relaciona a su vez con otras 100 personas, cualquier individuo podría pasar un recado a 10.000 personas, además de a sus propios 100 conocidos, pidiendo a cada uno de ellos que pase el mensaje a los suyos y así, sucesivamente, se podría alcanzar la cifra de 1.000.000.000.000 posibles nodos en el sexto nivel de la red.

En el fondo, no estamos hablando de otra cosa que de las famosas “redes sociales” que parece que se hubieran inventado ayer aunque, evidentemente, son tan antiguas como la sociedad humana, con independencia de que Internet permita tender esas redes superando cualquier limitación geográfica y aumentar hasta lo increíble el número de posibles contactos en cada uno de los niveles primarios.
Una de las principales debilidades de esta ingeniosa teoría es que, como fácilmente podemos imaginar, para que esa función exponencial pudiera desarrollarse, haría falta que los 100 conocidos de la persona tomada como origen no fuesen, a su vez, conocidos entre sí, lo cual es imposible en la práctica, sobre todo en las redes sociales que podríamos denominar “naturales”, es decir, las tejidas mediante lazos familiares o debidas al trato (escolar, laboral, de vecindad, etc.) por diferenciarlas de las que podríamos llamar “cibernéticas” (organizadas a través de Internet).
Es decir, que nuestros conocidos suelen ser conocidos entre sí por lo que cada uno de ellos aportará un número de conocidos “nuevos” (que no estén en la lista de los demás) notablemente inferior a cualquier cifra teórica, como ese “100” aunque, gracias a la tecnología de Internet, también es posible que una persona aporte una “red propia” de muchísimos más elementos.
Esta teoría fue planteada en 1930 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en un cuento llamado “Chains”. En 1967, el psicólogo estadounidense Stanley Milgram, famoso por sus divertidos y perspicaces experimentos sobre el comportamiento humano, trabajó en esta misma idea. Su experimento consistió en que varias personas del medio oeste norteamericano enviaran un paquete postal a un extraño situado en Massachusetts. Los remitentes sabían el nombre del destinatario, su ocupación y una localización aproximada. Debían enviar el paquete a la persona que ellos conocieran directamente que a su juicio, tuviera más probabilidades de conocer al destinatario. Si no era así, el receptor debería hacer lo mismo sucesivamente hasta que el paquete fuera entregado.
Se esperaba que la cadena incluyera cientos de intermediarios pero la entrega de cada paquete solamente llevó, como promedio, entre cinco y siete intermediarios aunque, en honor a la verdad, solamente un tercio aproximado de los paquetes alcanzó su destino. Los descubrimientos de Milgram fueron publicados en «Psychology Today» e inspiraron la frase «seis grados de separación».

En cualquier caso, todos hemos vivido experiencias chocantes que atribuimos al destino o a la simple casualidad y que nos dejan patidifusos. No me resisto a mencionar el caso de una amiga de mi mujer, aficionada al “trekking”, que viajó este pasado verano desde Valladolid, su lugar de residencia, nada menos que a Groenlandia para practicar su deporte favorito. Allí, al comprobar la lista de los participantes en la marcha, el guía (que resultó ser español) le preguntó sobre si, por casualidad, no sería de Valladolid. Ante el asombro de ambos, hechas unas pequeñas comprobaciones, descubrieron… ¡que eran primos!

Otra limitación de este planteamiento de los “6 pasos” es que, tal y como está formulado, hace referencia a un solo plano temporal: el presente. Si superásemos intelectualmente toda barrera física al imaginar las hipotéticas conexiones, las posibilidades de contacto se amplían infinitamente y no veo el problema de hacerlo porque, al fin y al cabo, es así como funciona nuestro cerebro: Evocamos el pasado y lo ponemos en relación con el presente y con lo que anticipamos del futuro. Nuestro pensamiento es una amalgama de recuerdos, percepciones y esperanzas que interactúan entre sí.
La escritura añade otro posible plano: un plano intelectual, el del conocimiento de lo no vivido personalmente. Así, hoy adquirimos datos sobre sucesos, personas y opiniones pasadas. Conocimientos que no serán propiamente recuerdos, aunque puedan cumplir exactamente el mismo fin, o incluso mejor, solucionando lo que la memoria personal trastoca y ofreciendo análisis de las cosas y de los sucesos más amplios que el estrictamente subjetivo y sensorial del sujeto. Del mismo modo, mediante la escritura, enviamos toda suerte de “mensajes” para el futuro, seamos o no conscientes de hacerlo. “Quod scripsi, scripsi”. Lo escrito, escrito está… ¡y escrito queda!

Por último, el plano intelectual nos permite interesarnos por cosas que ni siquiera tienen, ni han tenido jamás, existencia material. El pensamiento puede dirigirse hacia los estadios de lo metafísico y también en este campo podemos intercambiar nuestras opiniones y reflexiones, tomando las que otros hicieron antes para apropiarnos de ellas, discutirlas, modificarlas, etc. y dejar las nuestras a disposición de los demás.

Bien, algo de todo esto es lo que ha constituido el motor de este trabajo, estimado lector.

LA HISTORIA OCULTA

Siempre he sentido un gran interés por la historia de España. Dentro de este amplísimo objeto de estudio, me preocupaba mucho el período que transcurre entre las últimas décadas del Siglo XVIII y la primera mitad del Siglo XX. La razón es que se trata de un período que, no sé bien si por incuria de nuestros profesores o por algún tipo de consigna política, no nos fue explicado en absoluto en el colegio a los jóvenes de nuestra generación.
Como mucho, toda aquella época quedaba englobada bajo el ominoso epígrafe de “Decadencia” y ya se sabe, nadie quiere hurgar en las viejas heridas. Así pues, la papeleta se resolvía apelando al “mal gobierno de personajes nefastos” que contaban con el valimiento de unos reyes buenos pero débiles (la monarquía ni tocar) y que perjudicaron la gloria de España en favor de aquellos países que nos tenían un odio y envidia seculares, a saber: La Inglaterra, la “pérfida Albión”, protestante y la Francia, descreída , librepensadora y revolucionaria.
Como parece que dijo el Almirante Méndez Núñez en el canon de la hidalguía hispana más ortodoxa antes, por cierto, de bombardear el indefenso puerto de Valparaíso: “Más vale honra sin barcos que barcos sin honra”. Pues nuestros profesores pasaron con disimulo y más pena que gloria, monarquías, revoluciones, guerras y repúblicas hasta el momento en el que en España volvió a amanecer, instante a partir del cual los libros de aquel bachillerato recuperaban su derroche de sucesos, nombres, citas y comentarios. Desde Carlos III hasta el invicto Caudillo, prácticamente no había nada, o todo lo que había era “olvidable”… así que lo olvidábamos. Desde luego, jamás caía en los exámenes.
Tiempo después, he dedicado bastante atención a esos denostados “años de decadencia”, en especial al subyugante siglo XIX español en el que, desde el Motín de Aranjuez de Marzo de 1808, se ponen de manifiesto casi todos los elementos que configuran la tragedia de España, cuyas reminiscencias todavía colean bajo las formas de poder caciquil, clerical o de violencia nacionalista sin que, desgraciadamente, tuviéramos la suerte de que los movimientos sociales que entonces revolucionaban Europa y las Colonias Americanas llegasen a cuajar en nuestra patria.
Aquí, como es sabido, vuelto Fernando VII del exilio, los mozos madrileños soltaron los caballos de su carroza para uncirse a sí mismos como mulos al grito de “Vivan las cadenas”… ¡Para qué decir más!

Uno de los personajes a mi juicio más sugerentes de este periodo es D. Manuel Godoy y Faría, Príncipe de la Paz. Es Interesante por su directísima participación en los acontecimientos ocurridos y es, sobre todo, interesante porque durante su larguísimo exilio, desde 1808 hasta su muerte en París en 1851, escribió, desde su punto de vista naturalmente, unas detalladas memorias de lo ocurrido.

El caso es que, charlando de estas cosas con unos amigos, una de las personas presentes, Carmen Teresa, amiga de estos amigos y hoy también mía- así se tejen las redes- comentó la existencia de un conocido suyo, a su vez, muy interesado también en esta época y en estos personajes.

Esta persona resultó ser un veterano abogado bilbaíno formado, como yo, en la Universidad de Deusto donde, naturalmente, teníamos amigos comunes.
Esto no tendría nada de especial si no fuera por el hecho de que Pepe Belmonte, que tal es su nombre, no era de Bilbao, lo que quitaría todo interés a la coincidencia, sino un joven abulense que se enamoró de una bilbaina y se vino para aquí.
Es decir, que me encontraba ante una persona cuyo recorrido vital, topográficamente hablando, era inverso al mío, aunque lleno de coincidencias. Él se vino de Ávila a Bilbao por el amor de una mujer y por el amor de una mujer me había ido yo a Ávila, aunque casi sería más acertado decir que por amor se ha venido mi mujer, Teresa, a vivir a Bilbao.
Tiene Pepe Belmonte un buen pico de años. Si quiere él, que lo diga, como proclama la jota, no lo haré yo por respeto a su íntima coquetería. Posee también una facundia verbal que se ajusta a una cultura verdaderamente enciclopédica y a una memoria de muchos “gigas”. Como, además, escribe y es devoto cristiano, bien podríamos decir, con el debido respeto, que Pepe Belmonte es… “el último Tostado”.
Unos días después de aquel primer encuentro, Carmen Teresa, la gentileza personificada, organizó una merienda para que nos conociéramos ambos admiradores de Godoy: Yo, que leo un poco y José Belmonte, que incluso había escrito un magnífico libro, en colaboración con su recordada Pilar, titulado “Godoy: Historia documentada de un expolio”… ¡Y bien documentada que está! Puesto que buena parte de las fuentes son documentos originales propiedad del autor.
La verdad es que el recuerdo de aquella merienda, además de las deliciosas anchoas albardadas, es un poco agridulce. Dediqué a Pepe mi libro sobre el periodo preautonómico de Ramón Rubial y él me regaló varios de los suyos para, inmediatamente, olvidarse del Siglo XIX, del Príncipe de la Paz y de mí y dedicar toda su atención a mi mujer, su paisana. Hay cosas con las que no podemos competir… ¡Cherchez la femme!

Allí mismo tomamos la decisión de hacer una excursión a Ávila aprovechando algún fin de semana, yéndonos en mi coche y organizando algunas visitas por diversos monumentos y por encima de todo, contemplando, asistidos de semejante cicerone, los entresijos de la Catedral, donde pudimos admirar, entre otros tesoros, las obras de arte que Pepe Belmonte y su esposa, Pilar Beldunze, habían donado generosamente a dicho templo.

El fin de semana cultural-gastronómico (en Ávila todos lo son) terminó y el domingo por la tarde volvíamos satisfechos hacia Bilbao hablando de lo uno, de lo otro y de lo de más allá, como es fácil de comprender conociendo a quienes ocupábamos el coche.
Al pasar por Briviesca y luego cerca de Miranda, se pueden contemplar desde la autopista los restos de unas torres que pertenecieron a la antigua red del telégrafo óptico español. Surgió el tema y comentamos lo poquísimo que, en general, se sabe de un avance tecnológico y social tan significativo como aquél.

En fin, que ahí teníamos nuevamente algo relacionado con la recóndita historia del Siglo XIX español espoleando nuestra curiosidad.

Por tal motivo comencé este pequeño trabajo de investigación que no tenía más pretensión que la de satisfacer una curiosidad personal cuando, por azares del destino o por cumplimiento de esos misteriosos principios sociológico- matemáticos que mencionaba en la introducción, las lecturas sobre el telégrafo me llevaron de nuevo a Godoy, al Gobierno de Carlos IV, a Rusia y lo que es más llamativo, ¡ a Ávila!

EL TELÉGRAFO ÓPTICO
Desde un punto de vista etimológico, Telégrafo sería cualquier artilugio capaz de transmitir palabras (grafos) a distancia (tele). Este artefacto es denominado también “semáforo”, del griego “sema”, signo o señal y “foro”, llevar.
Desde los inicios de la Historia el ser humano se ha servido de medios ópticos para transmitir mensajes. Ya en «La Orestíada», Esquilo narra cómo Agamenón durante la Guerra de Troya envía noticias a los palacios del Átrida mediante hogueras. Y en nuestro país, por ejemplo, a finales del siglo XIV Enrique III de Castilla envió un mensaje desde Toro a Segovia para anunciar el nacimiento de su heredero. No obstante, estos sistemas de comunicación visual no pueden considerarse técnicamente como telegrafía óptica por no estar configurados como transmisión de un sistema unificado de signos.
En esencia, un telégrafo óptico es un utensilio diseñado para ser visto a gran distancia configurando señales codificadas por medio de algún tipo de mecanismo. Colocando varios telégrafos en cadena se consigue que cada uno de ellos repita las del anterior, propagándose así un mensaje en mucho menos tiempo del que requeriría un correo a caballo. Han existido diferentes modelos de telégrafo a lo largo de la historia y en diferentes países, pero el funcionamiento básico de todos ellos es similar.
Es durante el siglo XVIII cuando tienen lugar una serie de avances científicos y tecnológicos que favorecerán el desarrollo de la telegrafía. En concreto, la aparición de las lentes acromáticas (que no presentan aberración cromática) y que alcanzaron una precisión y potencia de aumento considerable, lo que permitió alargar los espacios entre una estación y la siguiente, haciendo económicamente viable el tendido de redes telegráficas.

Francia fué el primer país europeo que se interesó seriamente por la telegrafía. Tras la Revolución, ya en en 1792, la Convención dió luz verde al proyecto de telégrafo de los hermanos Chappe.

EL TELÉGRAFO DE CLAUDE CHAPPE.

Claude Chappe ideó un sistema de telegrafía óptica que se extendió por toda Francia. Fue el primer sistema de telecomunicaciones en llevarse a la práctica y puede considerarse a Chappe como el primer empresario de las comunicaciones.

Chappe había concebido en 1790 un sistema de señales ópticas a través de las cuales y del correspondiente código, se podían transmitir signos alfabéticos y numéricos a distancia. El 2 de Marzo del 1791, a las 11 de la mañana, se realizó la primera transmisión. Claude envió a su hermano Ignace un mensaje desde su ciudad natal de Bûrlon a Parce, situada a una distancia de 16km. El experimento fue todo un éxito.

Los hermanos Chappe dedicarían los siguientes años a estudiar diferentes alternativas. Los experimentos llevados a cabo demostraron que resultaba más fácil ver el ángulo entre dos formas que la presencia o ausencia de un panel. De esta manera se decidieron por un telégrafo que no usaba paneles sino una barra alargada de madera, llamada “regulador” que tenía en sus extremos dos brazos giratorios, llamados “indicadores”.
Tanto el regulador como los indicadores podían moverse en intervalos de 45 grados. De manera que cada uno de los dos brazos indicadores podía adoptar hasta 8 posiciones distintas, aunque no se utilizaban todas sino solo las más visibles.
Para acelerar la transmisión y ofrecer una cierta seguridad se desarrolló un libro de códigos para los símbolos. Los primeros 94 se usaban para codificar el alfabeto, los números y las silabas más usadas. Para los demás se transmitían dos señales, la primera codificaba un número de página del libro de códigos y la segunda un número de línea dentro de esa página, en total el libro de códigos tenía 94 páginas de 94 líneas cada una, por lo que contenía 8930 palabras y frases.
También se hicieron experimentos con faroles colocados en los brazos para su uso nocturno, pero demostraron muy escasa eficacia.
Una vez concluido el diseño, Claude Chappe presentó su sistema ante la Convención, de la que Ignace era miembro, el 22 de mayo de 1792 obteniendo una subvención de 6.000 francos para la construcción de una línea de prueba entre Paris y Lille, una distancia de 230 kilómetros, con 22 torres.
Las torres estaban situadas en tramos que oscilaban entre los 12 y los 25 kilómetros y cada una tenía un telescopio o catalejo apuntando a la torre anterior y posterior de la línea.
En la mejora de su sistema contó Chappe con la inestimable ayuda de Abraham Louis Breguet, relojero suizo que residía en París y que incorporó algunos dispositivos al prototipo inicial.
Este señor Breguet es el mismo que colaborará después con el ingeniero Agustín de Bethencourt, de quien hablaremos extensamente, en el desarrollo de otro modelo de telégrafo así como en distintas aventuras tecnológicas y empresariales pues se hicieron íntimos amigos. Aquí comienzan las curiosas conexiones que nos terminarán acercando a Ávila, pero… ¡paciencia! estimado lector.
El caso es que el éxito de esta primera línea posibilitó la creación de una completa red de telegrafía óptica en Francia bajo la dirección del propio Chappe. De hecho, cuando a mediados del siglo XIX apareció la telegrafía eléctrica, el entramado de líneas de telegrafía óptica en Francia alcanzaba casi los 5.000 kilómetros y se desarrollaba, incluso, fuera de las fronteras de Francia, llegando, por ejemplo, a Ámsterdam o a Turín.

El día 2 de Thermidor (19 de julio) de 1794 la Convención recibía el primer telegrama oficial de la historia, en cuyo texto se anunciaba la toma por parte del ejército francés de las plazas fuertes de Landrecies y Condé, hasta entonces en poder de las fuerzas austríacas. La noticia había sido transmitida hasta París desde la ciudad de Lille en menos de una hora, a través de una línea de telegrafía óptica de 230 kilómetros, montada sobre 22 torres, la última de las cuales estaba ubicada en la mismísima cúpula del Palacio del Louvre.

(Instalación del telégrafo en el Palacio del Louvre)

El telégrafo óptico encontró su esplendor en la Francia napoleónica. Se trataba de crear una red en forma de tela de araña que uniese París con las plazas fuertes del Norte, los centros comerciales del litoral de La Mancha y las ciudades más importantes del Midí, aunque, como hemos dicho, la red llegó aún más lejos.
A pesar de sus éxitos, Claude, víctima de una depresión, se suicidó tirándose a un pozo en su hotel de París en 1805 dejando el negocio en manos de su hermano Ignace, quien intentó extender su uso para la transmisión de mensajes comerciales, aunque sin demasiado éxito.
Curiosamente, el telégrafo óptico de Chappe tiene un papel relevante en la obra de Alejandro Dumas “El conde de Montecristo” en la que Edmundo Dantés soborna a un operador descontento con su exigua paga para que envíe un mensaje falso.

Antes incluso del éxito de Chappe, los informes de este avance tecnológico fueron difundidos por viajeros y estudiosos, así como por los servicios de información y espionaje tecnológico-industrial, algo común en todas las épocas y numerosos países europeos desarrollaron sus propias redes telegráficas. El segundo en hacerlo fué Suecia, casi a la par que Hungría. Italia, Austria y Alemania tampoco tardan en dotarse de este novedoso sistema de comunicación. En Estados Unidos se comienza a principios del siglo XIX una red de telegrafía en la costa Este, aunque no llegará a tener demasiada relevancia.
En Gran Bretaña los primeros tendidos de telegrafía óptica se pusieron en marcha durante las guerras napoleónicas con el fin de asegurar las comunicaciones entre los puertos del canal de la Mancha y Londres.

PRIMERAS TENTATIVAS DEL TELÉGRAFO EN ESPAÑA
A España llegaron con rapidez las primeras noticias del telégrafo a través de la Gaceta de Madrid que, en su número del 14 de octubre de 1794, publica los resultados de las pruebas de Chappe. En los años siguientes, individuos de las más variadas profesiones y estamentos experimentaron con diferentes sistemas de telegrafía. Así, desde 1794 hasta 1808, se suceden, entre otros, los proyectos de Ximénez Colorado, Salvá y Campillo, Fornell, Hurtado, Chaix y Bethencourt.
El primer ensayo español del que tenemos noticia corresponde al profesor del Observatorio Astronómico de Madrid, Salvador Ximénez Colorado, recogido también por la Gaceta de Madrid del 4 de Noviembre de 1794, aunque posiblemente no pasó de ser un ensayo de utilización de los entonces novedosos anteojos acromáticos a la hora de enviar y recibir con nitidez señales a gran distancia.

Por aquellas mismas fechas el doctor barcelonés Francisco Salvá y Campillo exponía, con verdadera anticipación, sus ideas sobre la utilización de la electricidad en la transmisión de mensajes en su “Memoria sobre la electricidad aplicada a la telegrafía”, de 1795, dirigida a la Academia de Ciències Naturals i Arts de Barcelona. Proponía, la utilización de las descargas de una batería de botellas de Leiden y una línea constituida por una serie de aparatos de conductores a los cuales hacía corresponder una letra diferente del alfabeto para poder comunicarse a distancia. Planteaba una línea Mataró-Barcelona y describe el telégrafo, que el mismo construyó, con diecisiete pares de alambres «vestidos» con cintas de papel con una distancia de siete canas y media. Salvà indicó, incluso, la posibilidad de transmitir las señales por el mar, impermeabilizando los hilos o usando el agua misma como conductor.

En 1799, un tal Josef Fornell presentaba a la Corte «un método para transmitir las noticias con brevedad» basado en un panel rectangular en el cual se movían horizontal y verticalmente 11 bolas o faroles, forrados con lienzo.
El Ministro de Estado, Mariano Luis de Urquijo, remitió el proyecto de Fornell a Agustín de Bethencourt, Director, por entonces, del Real Gabinete de Máquinas del Buen Retiro, para su análisis. El informe redactado por Bethencourt desaconsejaba el sistema de Fornell por la dificultad de su uso, su lentitud y el riesgo frecuente de averías provocadas por el viento.
Agustín de Bethencourt, además de analizar propuestas ajenas en su papel de asesor gubernamental, realizó su propio proyecto de telégrafo óptico. El primero en ser ejecutado en España.
Éste Agustín de Bethencourt es un personaje subyugante que merece una atención un poco más detenida, aunque ello nos lleve por derroteros algo ajenos al telégrafo. Ajenos pero tampoco demasiado lejanos… ni del telégrafo, ni de Ávila, como veremos.

AGUSTÍN DE BETHENCOURT
Agustín de Bethencourt y Molina nació en el Puerto de la Cruz el 1 de Febrero de 1.758 en el seno de una familia de la nobleza ilustrada y acomodada, ligada a los negocios de exportación de vinos de la isla y a la incipiente industria textil, especialmente la seda.
Su bisabuelo, Marcos Francisco de Bethencourt, fue Capitán General de Venezuela y su padre, Agustín de Bethencourt, era miembro activo de la Real Sociedad Económica Amigos del País de La Laguna.
Terminada su formación en la isla, su familia lo envió a estudiar a Madrid en 1.778.
En 1.780, comienza a trabajar en el Ministerio de Indias, cuyo titular es D. José Moíño, Conde de Floridablanca y Agustín es enviado a Almadén, municipio de Ciudad Real, para que inspeccione el estado de las minas.
Como curiosidad diremos que, el 29 de noviembre de este mismo año, el joven Agustín elevó, por primera vez en España, un globo aerostático en la casa de campo del Infante don Gabriel asistiendo el propio Carlos III, aristócratas, ministros y otras personalidades.
El globo tenía dos metros de diámetro y estaba realizado en tafetán barnizado. Al cabo de unos minutos desapareció entre las nubes y el monarca se quitó el sombrero en señal de satisfacción.
Resulta delicioso imaginar la tarde de fiesta que pasarían los miembros de la Corte, fascinados ante el fenómeno y muy posiblemente, escuchando música de Luigi Boccherini, compositor al servicio del Infante Luis Antonio, hermano del Rey.
En Marzo de 1.784 es enviado a París, becado para ampliar sus conocimientos científicos en la École des Ponts et Chaussées.
Retorna a Madrid en 1.786 y el Conde de Floridablanca le propone un nuevo proyecto, la formación de un Real Gabinete de Máquinas.
Durante su estancia en París hizo amistad con el relojero suizo Abraham Louis Breguet, antiguo colaborador de Chappe, lo que posibilitó que el ingeniero canario conociera las dos principales versiones del telégrafo, la francesa, de brazos, por medio de Breguet y después la inglesa, al encontrarse viviendo en Londres de 1793 a 1796, cuando George Murray construía su telégrafo óptico de paneles.
Sus dudas ante la efectividad de ambos sistemas, así como respecto de otros que tuvo ocasión, como hemos señalado, le indujeron a idear un nuevo modelo de telégrafo, que enseñó a su amigo Breguet a su regreso a París en 1796. Juntos perfeccionaron el invento, presentándolo ante la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.
A pesar de los elogios recibidos, la oposición frontal de Chappe, entonces en la Jefatura de los Telégrafos franceses, hizo imposible que Francia adoptase el sistema ideado por Bethencourt y Breguet, aunque se reconociera que suponía un avance considerable, tanto en velocidad como en seguridad de transmisión.
En 1.788 viaja a Londres para conocer la máquina de vapor, uno de sus principales intereses científicos, pero allí, Watt y Boulton, corteses pero desconfiados, solo le enseñan el aspecto exterior de la misma. En realidad, este tipo de viajes de estudios becados por particulares o por autoridades eran muy comunes en la época y constituían tanto un elemento clave de formación científica como de espionaje industrial puro y duro.
En 1.790 la Academia de Ciencias de París publica su libro “Essai sur la composition des machines” escrito junto al ingeniero mexicano José María Lanz, de quien luego hablaremos, que fue un éxito de uso general en toda Europa durante más de medio siglo.
En 1.791 asume, como habíamos dicho, el cargo de Director del Real Gabinete de Máquinas donde hizo público el primer Catálogo de modelos, planos y manuscritos que incluía 270 máquinas, 358 planos y más de 100 memorias con 92 gráficos, todos los cuales había recogido o diseñado durante su estancia en París, en colaboración con Juan López Peñalver.
En Octubre de 1.793, es becado de nuevo para ampliar estudios en Inglaterra, donde visita fábricas, estudia, espía e inventa, iniciándose en los proyectos de excavadoras, dragas y transmisiones para molinos de viento. Durante este tiempo contrae matrimonio con Ana Jourdain, inglesa católica, con la que tuvo cuatro hijos.
En 1796, ante la ruptura de relaciones entre España e Inglaterra como consecuencia de la firma del Tratado de San Ildefonso entre Francia y España, viaja a París.
Bethencourt regresó a Madrid en diciembre de 1798, cuando Godoy había sido reemplazado por Urquijo como Primer Ministro y es nombrado Inspector General de Puertos y Caminos.
Esta circunstancia, unida a los informes que el Embajador en París había efectuado sobre las pruebas del telégrafo Bethencourt-Breguet realizadas ante la Academia francesa y de las que había sido testigo, parece que influyó en la Real Orden de 17 de febrero de1799 de Carlos IV por la que se aprueba encargar al propio Bethencourt la instalación de la primera línea de telegrafía en España, desde Madrid a Cádiz. Esta línea estaba presupuestada en un millón y medio de reales. Se calculaba que serían necesarios entre 60 y 70 telégrafos y que se tardarían veinte meses en realizar la obra. No obstante, de todo este proyecto, sólo se llegó a construir el tramo Madrid-Aranjuez, que comenzó a ser operativo a partir de agosto de 1800.
En Noviembre de 1.802 son inaugurados en el Palacio del Buen Retiro, que ya albergaba el Real Gabinete de Máquinas, los Estudios de Inspección General, que en 1803 se convertirían en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y de la que Bethencourt fue director.
Entre junio de 1803 y octubre de 1805 Bethencourt se ve envuelto en un constante tira y afloja con Godoy a cuenta de las obras que el Príncipe de la Paz había encomendado al ingeniero canario para el encauzamiento del río Genil. Después de múltiples trabajos, desastres naturales y otros percances, así como conflictos personales y financieros entre el equipo de Bethencourt y los administradores locales de las fincas afectadas, entre ellas el “Soto de Roma”, del propio Godoy, éste aparta a Bethencourt –más bien a Rafael Bauzá que era quien llevaba las obras– del asunto. Este episodio contribuiría a tensar aún más las relaciones entre Godoy y Bethencour

Por cierto, que si observamos desapasionadamente el discurrir de los hechos, resulta forzoso reconocer que la relación entre Godoy y Bethencourt no encaja en el “cliché” de un déspota autoritario frente a un sabio incomprendido como, con la ligereza habitual con la que se trata de todo lo referente a Godoy, se suele presentar.
Manuel Godoy, que en sus memorias no tiene sino buenas palabras sobre Bethencourt, no hubiera encargado las obras de canalización de las aguas en su finca favorita a un ingeniero en quien no tuviera una plena confianza técnica y personal. Que en la personalidad de ambos podemos reconocer rasgos propensos al choque de vanidades, es otra cosa bien distinta.
La Escuela de Ingenieros de caminos, Canales y Puertos tuvo una corta existencia dado que el 2 de Mayo de 1.808 el Palacio del Buen Retiro fue bombardeado por la artillería gala.
En fin, en 1.808, Agustín de Bethencourt queriendo alejarse del escenario bélico y en busca de una mejor ocupación, viaja a Rusia. Allí establece su residencia en San Petersburgo y entra al servicio del Zar Alejandro I con el grado de General Mayor y destinado al Departamento de Vías de Comunicación.
Sus actividades en Rusia son numerosísimas. Reconstruye puentes y vías de comunicación, proyecta fábricas de cañones y dirige la construcción del puerto de Kronstad. En 1.816 recibe la misión de construir una fábrica de papel moneda. En 1.817 proyecta el picadero de Moscú, comienza las obras de la Catedral de San Isaac y viaja por toda Rusia, desde Nizhini, Astrajan, Crimea, Tiflis, etc. En 1.821 regresa a San Petersburgo y presenta un informe al Zar acerca del estado de las vías de comunicación en el país.
Muere en San Petersburgo el 14 de Julio de 1.824, en cuyo cementerio fue enterrado.

AGUSTÍN DE BETHENCOURT EN ÁVILA
En Abril de 1799, Bethencourt obtiene la concesión de la Real Fábrica de Algodones de Ávila para su explotación comercial con el ánimo de reorientarla hacia el trabajo mecánico de Ia lana y especialmente del hilado, cuya penuria generaba abundantes cuellos de botella en las fábricas castellanas de tejido, motivo por el cual pasará varias temporadas en nuestra ciudad.

En Ávila, Bethencourt tiene como colaborador al mallorquín Bartolomé Sureda, otro interesante personaje.
Los primeros contactos de Sureda con Ia tecnología textil debieron tener lugar en el Real Gabinete de Máquinas, donde trabajaba y donde se encontraban depositados varios planos y modelos de máquinas textiles. No obstante, lo esencial de su formación en la materia fue adquirida en Inglaterra, cuando acompañó a Bethencourt entre 1793 y 1796 y donde, además de en otras materias, se instruyó en Ia fundición de metales y en la construcción de maquinaria. Sus ulteriores contactos con el ambiente tecnológico parisino y muy especialmente con el entorno del relojero y mecánico Abraham-Louis Breguet, debieron completar una excelente formación tecnológica, algo muy poco usual en Ia España del momento.
El caso es que Bethencourt, en efecto, a través de su amigo, colaborador y socio Breguet, había contactado con Ia sociedad formada en 1798 por los maquinistas Charles Albert y James Collier y el banquero parisino Jean-Frederic Rougemont para Ia explotación de una hilatura de algodón, lana, lino y cáñamo en Coye-la-Forêt (Oise).
Por escritura de 6 Fructidor VIII (24 de agosto) de 1800 y a cambio de una cantidad de 20.000 libras toruesas, Albert y Collier se comprometían a mostrar al “Citoyen Sureda, Espagnol”, destinado por Bethencourt a hacerse cargo de Ia dirección de Ia fábrica de Ávila, “toutes les mécanismes qu’its ont etabli au lieu Coye pour Ia fabrication des Cotons files ci tous los procédés et principes do théorie relatifs a l’exploitation des dites mëcaniques”
Por Ia misma escritura, Bethencourt se obligaba a no hacer uso de tales conocimientos fuera del Reino de España.
Las máquinas de Albert y Collier tenían 112 husos y eran, en principio, capaces de producir diez libras de hilo igual al de una muestra que, doblemente firmada y precintada, quedaba en manos del notario.

LA TRANSFERENCIA DE TECNOLOGÍA EN LA ÉPOCA: ENTRE EL ESPIONAJE INDUSTRIAL Y EL PROTECCIONISMO

Durante su estancia en Inglaterra (1793-1796) Sureda había levantado planos de las máquinas para algodón, así como para lana, “los quales —dirá Bethencourt unos años más tarde— me los iva remitiendo por el correo al paso quo yo los iva haciendo executar aquí, en mi gabinete madrileño”.
Se trataba de un equipamiento sumamente avanzado, incluso a la escala de Ia Europa continental del momento, pero lo cierto es que tales máquinas nunca Ilegaron a funcionar como consecuencia de Ia reorientación de la fábrica de Ávila hacia la lana, de los nuevos encargos oficiales a Sureda (tanto en Paris como, ya de vuelta, en Madrid) y de las múltiples ocupaciones de Bethencourt, Inspector General de Caminos desde 1802.
Esto nos da una idea de los procedimientos semiclandestinos que se utilizaban para transferir tecnología.
Otro caso muy interesante es el de la implantación de las máquinas de hilar de Douglas, que un intermediario francés, Ms. Feuillant, intentaba colocar en España y que fueron conocidas por Bethencourt en razón de los informes que tuvo que evacuar como Director del Real Gabinete de Máquinas. Así, consta que el Ministro Ceballos ordenó que se pasase a Agustín de Bethencourt Ia lista de las máquinas de Douglas para que informase de su importancia, de si le eran conocidas y de si existían en el Real Gabinete, pero sin indicarle Ia proposición del fabricante (que era exportarlas más o menos clandestinamente a España o, en su defecto, exportar los planos).
Bethencourt informó, en efecto, el 7 de noviembre. Tras una cautela inicial en el sentido de que Ia ausencia de descripciones concretas de las máquinas no permitía saber si “las que yo tengo y conozco son de Ia misma construcción, mejores o peores”, señalaba, en escrito fechado en el Buen Retiro el 23 de diciembre de 1803, que tenía dibujos de máquinas para perchar y tundir los paños y también de que “hace más de dos años que tengo executadas en mi fábrica de Ávila las máquinas para abrir Ia lana, para emborrarla, cardarla, hilarla en gordo, en fino, etc. pero no me ha sido posible llegar a ponerlas en actividad por ser necesaria mi presencia en Ia fábrica”.

Y en lo que a esta última cautela se refiere y teniendo en cuenta Ia frecuencia de malas experiencias anteriores al respecto de máquinas extranjeras, se mostraba contrario a hacer venir las máquinas como tales “…tanto por su coste como por el riesgo de que Ilegasen estropeadas y por la dificultad de extraer estas máquinas de Francia, cuya prohibición se lleva con rigor”. Alegando su propia experiencia a propósito de las máquinas de lana y algodón para Ia fábrica de Ávila, consideraba más adecuado y barato hacerse con los planos y a partir de ellos, construirlas en España “cuyas piezas son capaces de ejecutar nuestros artesanos, siendo guiados por personas que tengan conocimiento en Ia construcción y efectos de las máquinas”, refiriéndose sin duda, a sus propios empleados del Real Gabinete de Máquinas.
En consecuencia, terminaba proponiendo que el cónsul tratase con el fabricante que hacía Ia oferta. “sobre Ia gratificación que debe dársele por dejar sacar dibujos exactos, a los cuales el mismo fabricante pondría las explicaciones correspondientes, a fin de que se pudiesen executar aquí”.
De acuerdo con el informe de Bethencourt, Ceballos ordenaba al Cónsul el 4 de febrero de1804, que…”el Rey no juzga necesaria Ia adquisición de los modelos de máquinas que indica Ia misiva que VS. me ha remitido pero quiere que VS. trate con el fabricante que le ha hecho Ia oferta sobre Ia gratificación, etc.”
Tres años más tarde, a comienzos de 1807, el intermediario Feuillant volvía a solicitar privilegio exclusivo por dieciocho años para Ia introducción en España de las máquinas de cardar, hilar, tejer “conocidas en Francia como de Mr. Douglas” así como local para establecerlas. Pasada Ia documentación a Ia Junta de Comercio, será Francisco Angulo el encargado de informar acerca del particular. No se le escapa a Angulo Ia semejanza con las máquinas de Bethencourt:
“Al examinar estos planos no ha dexado de llamar mi atención cierta analogía que a primera vista existe entre los que están destinados a cardar e hilar Ia lana comparados con Ias máquinas que Don Agustín de Bethencourt ha hecho construir en los obradores del Buen Retiro y están destinadas para ser plantificadas en La Real Fábrica de Ávila”
No obstante y teniendo en cuenta que “las de Bethencourt tales quales se hallan en el día no han resultado aún sino rudimentos imperfectos de hilazas” Angulo terminaba por mostrarse partidario de conceder a Feuillant el privilegio solicitado (aunque por sólo doce años) y de cederle algún local adecuado al respecto y menciona, entre otros, alguno del Canal de Campos, lo que evidencia Ia voluntad de mover las máquinas con energía hidráulica.
Entretanto, sin embargo, el matemático y maquinista mexicano José Maria de Lanz, estrecho amigo de Bethencourt y residente por entonces en París, se había encargado de informarse discretamente de la eficacia de las citadas máquinas de Douglas. Como resultado de ello y con carácter reservado, elevaba a la Junta de Comercio un informe, fechado el 5 de Junio de 1807, en el que afirmaba que, tras observar las máquinas de Douglas en su taller de Ia rue de Saint Victor, el hilo obtenido “…no podía servir para tejer paños finos”.
Valgan estas anécdotas para evocar la dimensión europea del proceso de transferencia semiclandestina de tecnología, aún no debidamente desarrollado un sistema de patentes que protegiese la propiedad intelectual de los avances tecnológicos que iban anunciando ya el advenimiento de la Revolución Industrial, así como el destacado papel que en ella tuvieron las cancillerías… “que, aunque al principio muchos manufactureros adoptaron las máquinas de Mr. Douglas atucinados con Ia protección que el Gobierno había acordado para aquel artista, se han visto luego obligados a abandonarlas”… decía Lanz.
¿Habrían “engrasado” (“atucinado”) Mr.Douglas o Ms. Feuillant también a algunos miembros de los tales Gobiernos para obtener semejante protección?… ”Nihil novum sub sole”
El caso es que a principios de 1805 Bethencourt está atravesando una difícil situación económica, en gran parte porque la fábrica de Ávila no marcha bien, de modo que intenta deshacerse de ella pero el Gobierno no aceptará cancelar el contrato hasta julio de 1806 para que Bethencourt la devuelva al Estado. Bartolomé Sureda llevaba trabajando en ella casi tres años. Parece que la novedosa tecnología nunca llegó a funcionar como era debido y que sus posibles fallos tampoco fueron objeto de la necesaria atención de Bethencourt y Sureda como para reconducir el negocio.
Desde abril de 1806, Bethencourt se plantea abandonar España, dado el cariz de los acontecimientos políticos y sus desavenencias con Godoy. De hecho, su mujer ya está instalada en París. Bethencourt tardará todavía unos meses en trasladarse a Francia. Tiene que dejar cerrados algunos asuntos, entre ellos la liquidación de la fábrica de Ávila que, al final, no puede devolver al Estado y tiene que vender a su amigo Ingram Binns.

No parece, sin embargo, que Ia aventura tecnológica abulense de Bethencourt y Sureda fuese del todo inane. Así, a resultas de que Bethencourt se desentendiese de Ia fábrica en 1806, las máquinas para lana habrían de ser entregadas, un año más tarde, a Tomás Pérez, quien desde 1805 se había hecho cargo de Ia fábrica segoviana de paños de su suegro.
Todo parece indicar que las tales máquinas llegaron, por fin, a funcionar en Ia capital castellana. Hilaza procedente de ellas debía ser Ia que, mostrada por Garriga en 1807, había admirado a algunos fabricantes franco-belgas.
Acaso no sea demasiado aventurado suponer que eran algunas de esas máquinas y especialmente las de hilar diseñadas por mecánicos ingleses para una sociedad francesa, copiadas por un español, construidas en Madrid con destino a Ávila y trasladadas luego a Segovia, aquellas por las que se interesaba, a comienzos de 1808, el fabricante tarrasense Joaquim Sagrera, informado por su corresponsal segoviano de que acababan de instalarse y de que eran “de mucha ventaja” y que, quizás, algo tuvieran que ver en el despertar de la potente industria textil catalana.

EL METRO Y EL TELÉGRAFO

Existe un cierto paralelismo entre la medición del meridiano, la adopción del sistema métrico decimal y del metro y los primeros trabajos sobre telegrafía óptica, tanto cronológicamente como por los personajes que intervinieron o por elementos comunes como son el uso de telescopios y la necesidad de situarse en estaciones con comunicación visual entre ellas, ya sea para la triangulación geodésica o para enviar mensajes de una torre a otra.

Muchos de los científicos involucrados en las discusiones sobre el metro, fueron requeridos para dictaminar sobre la bondad de diversos sistemas de telegrafía óptica. Es conocido el informe de Jean-Charles de Borda y Jean Baptiste Joseph Delambre (entre otros) sobre el telégrafo de Agustín de Bethencourt pero no es tan conocida la propuesta de un colaborador directo de Méchain, Josef Chaix, de un sistema de telegrafía óptica en España.

En efecto, entre 1735 y 1744, una comisión científica europea ya había trabajado en la medición del meridiano terrestre en Perú. Formaban parte de ella los franceses Godin, Bourner y La Condomine y los españoles Antonio de Ulloa y Jorge Juan.
Posteriormente, Pierre François André Méchain y Jean Baptiste Joseph Delambre, dos importantes astrónomos de la Academia de las Ciencias francesa, serían los encargados de hacer la medición, basada en cálculos geodésicos. La operación, además de sus inherentes dificultades técnicas, se convirtió en toda una aventura a causa de la Revolución Francesa en primer término y de la posterior guerra con España.
Por fin, la publicación de sus cálculos en 1807 llevó a la definición del metro como la «diezmillonésima parte del cuadrante del meridano terrestre».

Delambre y Mèchain

EL PROYECTO DE CHAIX

Josef Chaix Isniel nació en Xátiva el 4 de Febrero de 1765, estudió en la Universidad de Valencia y amplió sus estudios en Gran Bretaña y Francia, donde trabajó con Jean-Baptiste Biot. Entre 1791 y 1793 fue comisionado por el Gobierno Español para colaborar en la medición del arco de meridiano a las órdenes directas de Pierre Méchain.
En 1795, fue nombrado vice-director del Observatorio de Madrid y al año siguiente, cuando Salvador Ximénez-Colorado (aquél que realizó las primeras pruebas sobre telegrafía óptica en España) creó el Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos, Chaix fue nombrado Vice-director con el grado de Capitán y al dimitir Ximénez-Colorado de su cargo, pasó a ser Director del Cuerpo.
Ximénez Colorado y Josef Chaix mantuvieron una manifiesta enemistad debido a la contumaz oposición de Ximénez Colorado al establecimiento de la nueva unidad de medida, tanto es así que llega a proponer a Godoy:
“Si el ánimo de VE, como supongo, es atajar esta astucia republicana sería bueno que si vuelve (Le Chevalier) le diga que me entregue las medidas diciéndole que nadie mejor que los ingenieros están en el caso de irlas empleando”.
Josef Chaix es uno de los pocos matemáticos españoles de finales del siglo XVII y principios del XIX reconocidos internacionalmente gracias a su primer volumen de «Instituciones de Cálculo Diferencial e Integral», publicado en 1801.
Posteriormente fue comisario de la Inspección General de Caminos y Canales y tuvo a su cargo una de las cátedras de la Escuela de Caminos y Canales, dirigida por Agustín de Bethencourt.
A partir de 1803, vuelve a colaborar con Méchain en la misión de prolongar la medición del meridiano a las Islas Baleares, misión que quedó truncada por la muerte de Méchain en 1804, en Castellón, por paludismo. Dichos trabajos se reemprendieron en 1806 bajo las órdenes de Jean-Baptiste Biot y Jean Francois Dominique Aragó y volvieron a interrumpirse, esta vez definitivamente, con la guerra de Independencia.
Josef Chaix falleció el 22 de Septiembre de 1809 a la temprana edad de 44 años, no sin que poco antes, en el mes de Junio, fuera comisionado por la Junta Suprema Central para dar su opinión sobre la propuesta de un telégrafo ideado por el franciscano Fray Juan Soler y Sintes. El dictamen no fue favorable, pero Chaix se comprometió junto con el presbítero Miguel Plá, a desarrollar otro sistema.
Chaix se inspiró en el telégrafo de ventanas (o paneles) del inglés Murray, que había conocido durante su estancia en Inglaterra al igual que Bethencourt, por considerarlo más sencillo que los sistemas de brazos articulados como los de Chappé o el propio Bethencourt.

Lo que hace más interesante al malogrado Chaix es que escribió bastante de lo que pensaba hacer y lo hizo con gran precisión. Así, dejó escrito que su telégrafo:

«Consiste en seis ventanas iguales de 3 cuartas en cuadro cada una, puestas en dos filas sobre tres vigas representadas la misma figura con los nº 1 hasta 6. Cada una de aquellas tiene su cordel para tenerla cerrada o abierta, lo que se percibe bien. Debe procurarse que los planos de estos telégrafos se proyecten sobre el cielo u otro fondo claro, dando entonces de negro a las ventanas.»…»Resulta pues que con sólo abrir las ventanas de una en una y de dos en dos, se pueden expresar cuantas palabras se quieran y si se trata de emplear más combinaciones, abriéndolas de tres en tres hay 20 combinaciones más, que podrán indicar las palabras, Vanguardia, Centro, Retaguardia, Ejército, División, Regimiento, Batalla, Ataque, enemigo, Victoria, derrota, retirada, etc.»

El 19 de Julio de 1809, la Junta Suprema-recordemos que estamos en plena Guerra de Independencia- da orden para que:
«manifiesten el coste que vendrá a tener cada máquina, de qué número de operarios se necesita para su servicio y a qué distancia podrán situarse»
Lo que da la impresión de que se lo tomaban en serio. Chaix responde a las preguntas de la Junta Suprema señalando que:

«…el coste del telégrafo… será de mil y quinientos reales poco más o menos y que para su manejo se necesitan sólo dos hombres con un supernumerario para suplir las ausencias y enfermedades de los dos principales y descansarles algunos ratos. Por lo que toca a las distancias respectivas a que podrán situarse los telégrafos; si su colocación dependiese enteramente de nuestro arbitrio, juzgo que serían de dos leguas y media a tres cada una; pero la naturaleza del terreno y otras circunstancias, obligan con frecuencia a variar estas distancias; de manera que algunas de ellas serán de tres leguas y media o cuatro y otras de dos leguas, o tal vez menos; mas como estas diferencias se compensan naturalmente; se puede estimar por un término medio cada distancia entre dos telégrafos consecutivos, de dos y media a tres leguas, del mismo modo que si fuese constante…Además del coste particular de cada telégrafo; hay otros gastos que son comunes a todos ellos de cualquiera especie que sean: desde luego se necesitan para cada uno , dos anteojos acromáticos de mediana magnitud; excepto para los dos telégrafos extremos, en los cuales, uno sólo es suficiente; y por otra parte, cuando un telégrafo no se puede colocar en alguna casa o edificio, como ocurre muchas veces; es indispensable construir una barraca o casita proporcionada para habitar en ella los tres operarios que lo han de manejar; y este gasto es en mi opinión igual al del telégrafo que proponemos, y sus dos anteojos. Finalmente cuando yo me hallaba en Londres, hace algunos años, se encontraba un anteojo acromático de mediana magnitud, muy bueno y proporcionado para los telégrafos; por diez guineas, que son poco más de mil reales”.

El 29 de Agosto de 1809, el expediente del telégrafo de Chaix es pasado a Antonio de Escaño, ministro de Marina. Se desconoce si se hicieron algunas pruebas de dicho telégrafo, pero, desgraciadamente, la muerte prematura de Chaix tres semanas después de firmar este escrito y el hecho de que por entonces ya funcionaba en las costas de Cádiz el telégrafo ideado por Hurtado, hacen sospechar que el proyecto quedara olvidado.

EL TELÉGRAFO MILITAR DE CÁDIZ
Debido a una iniciativa personal del Capitán General de Andalucía, General Solano, el Teniente Coronel de Ingenieros don Francisco Hurtado diseñó un sistema telegráfico mediante el que establecieron, en 1805, cuatro líneas que, partiendo de Cádiz, terminaban en Sanlúcar de Barrameda, Medina Sidonia, Chiclana y Jerez. Incluso, durante algún tiempo, la línea de Jerez se prolongó hasta Sevilla y durante la Guerra de Independencia, sitiado Cádiz, se mantuvo en funcionamiento la línea Cádiz-Torregorda –Santi Petri.
El sistema ideado por el Teniente Coronel Hurtado era original, de tipo semafórico y conseguía, mediante 24 combinaciones, obtener las cinco vocales, quince consonantes y cuatro combinaciones de servicio. Además, mediante una de las combinaciones de servicio podía cambiar el significado de las 20 letras en números (anticipándose a lo que, casi un siglo después, se denominaría la inversión telegráfica y se emplearía en los teleimpresores).

La máquina del telégrafo era, simplemente, un asta y dos paletas que podían girar en un plano vertical, movidas por medio de poleas, para adoptar las combinaciones del código.
Como en los demás sistemas ópticos, el procedimiento alfabético resultaba demasiado lento y también aquí, se adoptó un código o repertorio cifrado de frases y expresiones más usuales. El diccionario correspondiente contenía predominantemente expresiones militares pero, si era necesario, se podía construir cualquier frase pasando al procedimiento de letra a letra.
El código se componía de grupos de tres señales, pero en ellas no se admitía la repetición de ninguna señal, ni podían intervenir las cuatro combinaciones de servicio. El total de grupos útiles de tres señales era de 812.

El material de cada estación se reducía a la máquina, un anteojo, un reloj y los códigos. El personal necesario era militar, del Cuerpo de Ingenieros y se reducía a dos técnicos o vigías y tres auxiliares o sirvientes. Los vigías eran los encargados de la preparación de los mensajes. Los sirvientes se encargaban, uno de ellos, de manejar la máquina, otro de correr los avisos al punto inmediato cuando la niebla o alguna avería impedían la transmisión y el tercero era el ranchero.
Debió prestar servicios militares importantes, si se tiene en cuenta que en su época tuvieron lugar en la zona acontecimientos tan resonantes como la batalla de Trafalgar, el sitio de Cádiz por las tropas napoleónicas y los levantamientos constitucionalistas de Riego.
No obstante su escaso relieve civil, parece que su fama había llegado a calar entre los españoles de entonces, como lo prueba el haber sido utilizado como cabecera por el periódico del mismo nombre que se publicaba en Madrid en 1822.

Esta red gaditana estuvo en funcionamiento, siquiera parcialmente, hasta 1820.
En Cádiz ha sido restaurado el Telégrafo Principal que controlaba las cuatro líneas y que fue la única torre que funcionó desde 1805 hasta su desaparición.
Existe constancia documental de que la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis tenía una brigada telegráfica militar con telégrafos portátiles y en agosto de 1823 quisieron establecer una línea óptica Madrid-Aranjuez instalando dos de sus estaciones en el Observatorio Astronómico de El Retiro y en el Cerro de los Ángeles, respectivamente.

LA RED A LOS REALES SITIOS

En febrero de 1831, el oficial de Marina Juan José Lerena y Barry, recibe el encargo de construir una red telegráfica entre Madrid y los Reales Sitios (RO de 8 de febrero de 1831). Tres meses después concluye la construcción de las 4 estaciones (Torre de los Lujanes, cerro de Los Ángeles, ambas en Madrid, cerro de Espartinas en Valdemoro, y Monte Parnaso, ya en Aranjuez) de la línea Madrid-Aranjuez, muy probablemente basada en la preexistente de Bethencourt. Su coste se elevó, con los gastos de entretenimiento y los sueldos, a 391.548 reales.
El 24 de julio de 1832 entra en funcionamiento la línea Madrid-San Ildefonso, con estaciones intermedias en el Puerto de Navacerrada y Hoyo de Manzanares. En marzo de 1834 comienza a funcionar la línea Madrid-Carabanchel Alto, en julio de 1834 la de San Ildefonso-Riofrío y el 28 de agosto de 1834 comienza la construcción de la línea Madrid-El Pardo.
Esta red es de uso privado de la Familia Real, que la emplea para mantenerse al tanto de las noticias que llegan a Madrid cuando está en alguna de sus residencias del extrarradio.

LAS GUERRAS CARLISTAS

Merece mención aparte, por ser de especial interés, el papel desempeñado por la telegrafía óptica durante las Guerras Carlistas como medio de comunicación por parte de las tropas isabelinas.
Durante 1834, poco después de comenzar la Primera Guerra Carlista, el ejército liberal construyó una red de 13 a 15 estaciones telegráficas partiendo de Pamplona, pasando por Logroño y terminando en Vitoria, rodeando de este modo el territorio entre la llanura de Álava y las sierras que se interponen entre ésta y el Ebro, zona ocupada por las tropas carlistas que dificultaban sobremanera la comunicación entre las capitales citadas.
El Director de Telégrafos del Ejército de Operaciones del Norte era el General don Manuel Santa Cruz y a él se debe la organización de estas líneas de comunicaciones, un sistema original de telégrafo y el correspondiente diccionario de claves (cuyo ejemplar manuscrito y firmado por el propio General, se encuentra en el Museo Postal y Telegráfico de Madrid).
Por esta línea llegó al campo cristino la noticia de la herida mortal recibida por Zumalacárregui en junio de 1835. En Lodosa existe un cerro llamado «Telégrafo», quedando restos del foso que rodeaba el fortín donde estaba montado el aparato. Si bien es digna de mención por la celeridad con que fue trazada y construida y la eficacia con que fue empleada, esta línea telegráfica no se utilizó posteriormente debido al mal estado en que quedaron muchas de sus torres tras los combates y a que el recorrido, trazado expresamente con un cometido militar, tenía poco encaje en la red nacional de telegrafía.

El sistema ideado por el General Santa Cruz consistía en un mástil, con dos travesaños fijos a diferentes alturas y dos indicadores (dos discos), uno a cada lado del mástil, que podían variar su posición respecto a los travesaños fijos. Los dos indicadores y los travesaños de referencia podían iluminarse mediante faroles y ello permitía (más o menos) enviar mensajes nocturnos.

El diccionario telegráfico comprende varias secciones. Los signos más sencillos constan de un solo dígito y los más complejos de ocho. Las frases codificadas son eminentemente militares, aunque existen también palabras y voces sueltas. Así como frases e incluso medias frases con variaciones prolijas. Tiene expresiones para varios pesos, medidas, monedas, meses, estaciones, vientos y nombres propios.
Del sistema telegráfico de Santa Cruz, que estuvo implantado cuatro años, se conservan testimonios gráficos y literarios que ayudan a su mejor comprensión. En el Museo de San Telmo de San Sebastián, figura un cuadro que representa la línea de fuertes entre Miranda de Ebro y Vitoria, en la que pueden verse las máquinas del telégrafo en lo alto de las torres y en la revista Semanario Pintoresco Español de 1841 apareció un artículo describiéndolo, se titula “Telégrafos españoles” y está firmado por F. Navarro Villoslada.

LA RED TELEGRÁFICA CATALANA

Debido al especial cariz que tomó la cuestión carlista en Cataluña a mediados del siglo XIX se construyó allí una densa red telegráfica que permitía la rápida comunicación de noticias y estados para combatir la pertinaz guerra de guerrillas que el ejército del pretendiente carlista realizaba desde el pirineo hacia el territorio catalán. La red catalana de esta época dista mucho de ser homogénea. De hecho, parte de la red utiliza el sistema de Mathé y otros tramos emplean otros sistemas propios.
Lo que hace especial a esta red de telegrafía es que continuó ampliándose y en funcionamiento incluso durante la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) dado que en aquellos momentos grandes áreas de Cataluña aún no disponían de tendidos electrotelegráficos, llegando a construirse más de 150 estaciones. Este gran número está justificado por la especial orografía de la región.

EL PROYECTO DE MATHÉ

Habrá que esperar a la década de 1840 para que la instalación de las líneas telegráficas ópticas registrase un nuevo impulso. El Decreto de 1 de Marzo de 1844 establecía las condiciones que el nuevo trazado debía cumplir. De los cuatro proyectos presentados, fue elegido el firmado por José María Mathé Aragua, Coronel de Estado Mayor que había colaborado con Lerena en la red telegráfica dirigida por este último. A partir de este momento, la figura de Mathé estará ligada a la construcción tanto de las redes de telegrafía óptica y eléctrica como a la formación del Cuerpo de Telégrafos. El proyecto, de titánicas dimensiones, pretendía unir Madrid con todas las capitales de provincia del territorio peninsular. En una etapa especialmente convulsa de la Historia de España, esta medida pretendía dotar al Estado de un instrumento para el mantenimiento del orden, como reza el preámbulo del citado Real Decreto.
«Decidido el gobierno de S.M. a procurar por cuantos medios estén a su alcance el afianzamiento del orden público, tan necesario para que los pueblos puedan disfrutar de una administración paternal y previsora…»
De las numerosas líneas previstas sólo se construyeron tres, que enlazaban la capital con Irún, Cádiz y La Junquera. La primera de ellas, conocida como la línea de Castilla, comenzó a construirse en 1844 entrando en funcionamiento el 2 de octubre de 1846. A través de sus 52 torres unía Madrid con la frontera francesa y con Valladolid, Burgos, Vitoria y San Sebastián. La segunda línea, la de Cataluña por Valencia, sólo funcionó plenamente a partir de 1849 en el tramo entre Madrid y Valencia a través de 30 torres. También funcionaron los ramales Valencia-Castellón, Barcelona-Tarragona, Barcelona-La Junquera y Tarancón-Cuenca. Por último, la tercera línea construida fue la de Andalucía que, a través de sus 59 torres, comenzó a funcionar por tramos, el de Madrid-Puertollano lo hizo en junio de 1850. Esta última línea tenía torres en varias capitales intermedias, Toledo, Ciudad Real, Córdoba y Sevilla, además de en Jerez de la Frontera y Aranjuez, siendo el tramo Madrid-Aranjuez el de mayor frecuencia de uso por las prolongadas estancias de la Corte en esta ciudad.
La casi simultánea instalación de la red de telegrafía eléctrica hizo que el telégrafo óptico tuviera una vida muy corta, así la línea Madrid-Irún dejo de funcionar en 1855 y la de Cádiz, la última en ser desmontada, en 1857.

OPERACIÓN DEL TELÉGRAFO ÓPTICO ESPAÑOL

Para comenzar, diremos que las comunicaciones eran secretas. Sólo los Comandantes de Línea o Jefes de Telégrafos conocían los contenidos, al ser los encargados de cifrar en origen y descifrar en destino los despachos en circulación. Para tal uso se ayudaban de un diccionario en el que se establecía la concordancia entre determinadas palabras o frases y las claves numéricas correspondientes.

En el Diccionario Fraseológico Oficial de 1846 se recogen todos los signos, palabras y frases de mayor uso en la transmisión telegráfica de entonces. Dividido en dos partes, la primera de ellas es un nomenclátor onomástico y geográfico y la segunda, organizada en once capítulos, nos acerca a las características y contenidos del tráfico telegráfico de la época. Una lectura detallada de este diccionario, verdadero barómetro de las preocupaciones estatales de la época, revela que el 75 por ciento de las frases y expresiones que se detallan se refieren a cuestiones relacionadas con el orden público o con el ejército. Cada palabra o frase del diccionario está precedida de unos puntos, sobre los que se escribía el código numérico correspondiente, el cual podía ser cambiado periódicamente o cuando uno de los ejemplares en uso caía en poder de los pronunciados o sublevados.

EL PERSONAL
La utilización casi exclusivamente militar y policial del telégrafo óptico, unido a las difíciles condiciones de trabajo, hicieron que se adoptara en su organización una estructura y una reglamentación paramilitar. El personal se dividía en dos clases principales: la Superior, o Facultativa, que se encargaría de la dirección, la planificación e incluso de la construcción de las líneas, junto con los ingenieros de caminos y otra clase inferior, dividida a su vez en tres escalas: Oficiales de Sección, Torreros y Ordenanzas.
La mayor parte de los que nutrieron el nivel facultativo procedían del ejército y como en su anterior profesión, se les designaba con grados militares: Brigadier Jefe de las líneas, para designar al Director General, Coronel Inspector para el Inspector de línea de primera y por último los Comandantes de Línea. Existía un Inspector de Segunda en cada cabecera de línea y los Comandantes se encargaban de las jefaturas de una parte de cada línea, llamada División; normalmente cada línea estaba constituida por cuatro o cinco divisiones. Los comandantes eran los únicos que podían codificar y decodificar los mensajes telegráficos. Al igual que la oficialidad había nutrido el nivel facultativo, los soldados, cabos y sargentos licenciados del Ejército fueron los que nutrieron el nivel inferior. Los Oficiales de Sección se encargaban de recorrer diariamente las cinco torres que solían componer cada sección.

LAS INFRAESTRUCTURAS
El decreto era especialmente cuidadoso en la ubicación de las torres. Así, se prefiere que las líneas sigan las carreteras y caminos existentes, para facilitar el avituallamiento de las estaciones telegráficas y a ser posible, lo más cerca de pueblos y localidades, por la misma razón. Debían utilizarse estructuras preexistentes para ahorrar recursos, en la medida en que se pudiera y así se emplearon castillos, atalayas e incluso torres de iglesias. Cuando esto no era viable, debían construirse torres “ad-hoc”, todas idénticas y según el estándar fijado por Mathé, de 7 metros de lado y 12 de alto. Además, las torres debían estar cada una a una distancia mínima de 2 leguas y máxima de 3 de la siguiente. Una distancia menor suponía construir más torres lo que implicaba un mayor coste. Una distancia mayor suponía mayor dificultad para divisar la torre anterior o posterior con los medios de la época.
La torre diseñada por Mathé estaba pensada como una fortaleza. Constaba de 3 plantas cubiertas y sobre la cubierta superior, plana, se ubicaba el telégrafo.
En la primera planta, a nivel del suelo, por cada lado aparecen dos, tres o cuatro ventanucos abocinados que seguramente eran aspilleras para la defensa de la torre. Esta planta incluía también la cocina.
En la segunda planta había una ventana en tres de sus lados, mientras que en la cuarta pared estaba la puerta. A la torre se accedía por esta puerta, situada a unos 4 metros de altura, por medio de una escalera de madera que se retiraba y guardaba en el interior, quedando la torre inaccesible.
En la tercera planta había una ventana por lado, idénticas a las de la planta inferior. Desde esta tercera planta se hacían las observaciones y se manipulaban los controles del telégrafo situado encima.
La construcción de la torre era esencialmente de mampostería y ladrillo y en ocasiones estaban encaladas o enfoscadas y pintadas de ocre.

FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA MATHÉ
La estructura, a diferencia de las que había en otros modelos, es doble, porque consideraba el inventor que así se facilitaba la observación desde cualquier punto. Si se aprovechaba esa característica, una misma torre podía dar servicio a dos líneas.
La estructura estaba compuesta por 8 barras metálicas dispuestas verticalmente en los vértices de dos cuadrados paralelos, uno en el interior del otro, con las barras del cuadrado interior más largas que las del exterior.
En el hueco formado por las cuatro barras interiores se deslizaba verticalmente un tambor o cilindro hueco llamado “indicador” y entre cada barra exterior y su correspondiente interior había tres franjas separadas una de otra por una distancia triple de la longitud del tambor.
La barras exteriores tenían una longitud de 5,80 m., las interiores eran de 6,30 m. y el tambor indicador era de 46 cm. de alto y de unos 91 cm. de diámetro. A un lado se encontraba una bola que se podía desplazar verticalmente y dependiendo de su posición respecto de las franjas indicaba un código relativo al servicio de la línea. La posición del cilindro indicador también marcaba un código pero relativo a la información a transmitir.
El funcionamiento para transmitir los códigos era el siguiente: Si el indicador estaba por debajo de la franja inferior, el código correspondiente era el 0. Si estaba tangente, por debajo de esa franja inferior, el código era el 1. Si coincidía con la franja inferior el código era el 2. Si estaba tangente por arriba de esa franja inferior, el código era el 3. Si estaba en la zona intermedia, entre esa franja y la de arriba de ella, el código era el 4 y así hasta el 9.
Se pueden ver en el dibujo los códigos según la posición del indicador respecto a las franjas. El código “m” indicaba error y el “x” indicaba repetición.
Si se bajaba de manera que no fuera visible, servía para separar dos signos o frases, esta posición era conocida como “arriada.”
El movimiento “arriba” o “abajo” del indicador lo conseguía el torrero mediante un dispositivo llamado “volante”, una polea graduada que manejaba a mano desde el interior de la torre y por medio de un conjunto de poleas hacía que fuera sencillo y sin ningún esfuerzo el poder subir o bajar dicho indicador.
La bola, según se ve en el dibujo, se subía o bajaba y dependiendo de su posición respecto de las franjas, frente a una de ellas o en el espacio intermedio, marcaba uno de los seis casos posibles y correspondía con el envío de información relativa al servicio o al estado de la línea, como era, por ejemplo, “avería”, “niebla a vanguardia”, “interrupción del mensaje”, por venir otro de mayor categoría o prioridad, etc.
Se llamaba “vanguardia” a la torre a la que se enviaba un mensaje y “retaguardia” a la torre del que procedía.
Los mensajes, como ocurre en la actualidad , por ejemplo en el correo electrónico por Internet, aparte del texto o información a transmitir propiamente dicha, constaban también de una cabecera o prólogo y una cola o final en la que se indicaba la categoría del mensaje (“ordinario”, “de servicio interior”, “urgente”, etc.) el número de la estación o torre originaria del mensaje, el número de la torre destino, seguido de la hora y el día, el número de registro del despacho, y las últimas cifras indicaban la extensión del texto.
Además de los telegramas de texto, se cursaban también otros de servicio, tales como notificaciones de incidencias, acuses de recibo, e incluso otros sin texto enviados para ver si algún torrero no estaba, o la línea estaba cortada en un punto o simplemente para comprobar cuánto tiempo se tardaba en recorrer la línea, con lo que este tipo de telegramas obligaba a los torreros a estar vigilantes y atentos al servicio.
Todo lo relativo a esta información constaba en la Instrucción General para el Servicio de Transmisión del que disponían los torreros y los códigos transmitidos como texto eran interpretados mediante el Diccionario Telegráfico, cosa que solamente hacían los comandantes de origen y destino final, que eran los que cifraban los textos y se los daban a los torreros para su transmisión.

La versión de este diccionario, editado en 1858, constaba de 97 folios de 4 páginas cada uno, llamadas a , b, c y d. En cada página había 50 filas y en cada fila 5 columnas. Los términos que constaban en el diccionario eran por tanto 97.000 expresiones, y para identificar una expresión se necesitaban 6 cifras, a saber, 2 para el folio (eran 97) 1 para la letra de la página (eran 4) 2 para la fila (eran 50 filas) y 1 para la columna (eran 5 columnas)

EL OCASO DE LA TELEGRAFÍA ÓPTICA
El telégrafo óptico tuvo una vida efímera y fue cayendo en desuso al ser superado por el telégrafo eléctrico. Basta una simple comparación para constatar su inferioridad. Así, para una línea de unos 120km. el óptico necesitaba 15 torres, no menos de 45 operadores y permitiría enviar mensajes únicamente unas 10 horas al día durante las que podría enviar unas dos palabras por minuto mientras que si la línea fuera eléctrica, sólo serían necesarios 6 operadores, funcionaría las 24 horas y podría enviar 15 palabras por minuto.
La única ventaja de la telegrafía óptica es que no necesita de la colocación de cables lo cual, aparte de acarrear también un relativo coste, suponía una vulnerabilidad frente a sabotajes y ataques, como ya señalaron algunos críticos de la época.
Cuando en 1844 se dio el impulso necesario a la telegrafía óptica en España ya se conocía y experimentaba en Europa la telegrafía eléctrica desde hacía 4 años, dándose en algunos casos la coincidencia de las instalaciones del telégrafo óptico con la del telégrafo eléctrico.
En una fecha tan relativamente temprana como 1854 quedaba completada la línea de telegrafía eléctrica entre Madrid e Irún. Un año después, en 1855 dejó de funcionar la línea equivalente de telegrafía óptica, tan solo nueve años después de su construcción y en 1857 se desmantelaba la última en servicio de la red nacional, la línea Madrid-Cádiz. Las últimas estaciones telegráficas que dejaron de funcionar, probablemente fueron parte de la red catalana de telegrafía, a finales del siglo XIX, como se ha mencionado anteriormente.

Huelga decir que Francia considera a Claude Chapppe como a un héroe nacional y le dedicó su correspondiente estatua en París, etc.
Sobre lo que hacemos los españoles con nuestros grandes hombres no hay demasiado que contar. Sin embargo no me resisto a transcribir esta anécdota que Jaime Martín Semprún, Director de Comunicación del Colegio de Ingenieros de Caminos, contaba en una entrevista para el programa “Documentos” de RNE:
Resulta que cuando en 1990, Mihail Gorbachov visitó por primera vez España, en el discurso oficial que realizó ante los altos cargos que le recibieron, dijo: «llego a un país del que tengo inmejorables referencias. Vengo a una España en la que nació el más ilustre colaborador que jamás ha tenido Rusia: Agustín de Bethencourt…»
Las autoridades allí reunidas se miraron entre sí, preguntándose quién demonios sería aquel Agustín de Bethencourt… al parecer, alguien recordaba que había una calle con ese nombre, pero ninguno sabía de quién estaba hablando el presidente soviético.
Semprún añadía a esta desoladora nota histórica un olvido aún mayor: Hace unos años, El País y El Mundo editaron unas enciclopedias por entregas de 24 tomos. En ellas se hacía referencia desde a los bandoleros hasta los jugadores de fútbol más recientes… Agustín de Bethencourt no salía en ninguna de ellas.
Por lo menos, lo de la calle es verdad…¡Algo es algo! Está en Madrid, entre la plaza de San Juan de la Cruz y la calle de Raimundo Fernández Villaverde,Esta calle es el único resto que queda del antiguo paseo del Hipódromo. También tiene calles dedicadas en otras poblaciones de España.

ESTADO ACTUAL

En la actualidad, poco o nada queda de la original red de telegrafía óptica, salvo algunas de las torres en las que se emplazaron los telégrafos. Las torres de Mathé, construidas de un modo medianamente homogéneo con una mezcla de mampostería y fábrica de ladrillo fueron, en muchos casos, usadas por los lugareños como cantera, tras el abandono por parte de la Administración. La inmensa mayoría de las pocas que aún están en pie, total o parcialmente, lo hacen en estado de ruina en diferentes grados. Alguna está habilitada como vivienda (como es el caso de la existente en Torrelodones).
Merece mención especial para nosotros la torre de Adanero, en Ávila, torre número 11 de la línea Madrid-Irún.
Esta torre fue restaurada en 2002 por una conocida empresa española de telefonía móvil, colocando además, un telégrafo en su parte superior, con lo que recuperó el aspecto original que tenía a mediados del siglo XIX.

Torre de Adanero restaurada
Hoy en día podemos encontrar rastros de este avance tecnológico en la toponimia y así hay numerosos cerros o montes que se llaman “del telégrafo» a lo largo de toda la geografía española, señal inequívoca de que en su cumbre se alzó algún día un telégrafo óptico.
Bien. Pues después de estas, espero que no demasiado aburridas divagaciones, el caso es que me he puesto en contacto con la Secretaría del Ayuntamiento de Adanero y me han informado de que, si avisamos con una razonable antelación, podríamos visitar esa torre del telégrafo Mathé e indagar un poco en su funcionamiento. Es un motivo, como otro cualquiera, para animarse a efectuar una nueva excursión a Ávila.
Por cierto, la información contenida en este trabajo está obtenida, fundamentalmente, de la página web de la Asociación de Amigos del Telégrafo. Resulta entrañable pensar que en este complicado mundo algunas personas (que uno imagina llenas de paz interior) se dedican a tareas tan beneméritas como mantener al día estas verdaderas escuelas de historia abiertas en la red. Más que citar la fuente para cumplir un deber moral de copyright, lo hago con verdadero agradecimiento y admiración.

2 Responses to SOBRE EL TELÉGRAFO ÓPTICO Y ALGUNAS OTRAS COSAS

  1. Lawerence dice:

    Hola, deseaba darle las gracias por la información que usted brinda.
    He paseado por su sitio web y la velocidad de carga es envidiable, agradecido por la
    calidad de navegación para mi

    Estoy sorprendido de saber que se puede llegar este tipo de
    información con tanta profesionalidad y conocimiento en el tema
    tratado.

    Sin dudarlo voy a seguir a suscribirme a su blog para poder obtener mayor cantidad de información en mi casilla de emails.
    Agradecido estoy por dedicarse unos mins en mirar mi comentario, le deseo una linda semana.

  2. JOSE ANTONIO CALVO dice:

    Pues…no sé qué decirte…..;))

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